Ya estamos nuevamente en Navidad. ¡Cómo corre el tiempo! El hombre siempre tiene sensación de caminar, de ir hacia algo, pero según vamos avanzando por el sendero de la vida nos damos cuenta de que todo lo que queremos: bienestar, seguridades, buena vivienda, confort, regalos… todo, esto que ansiamos, es pasajero.
La Navidad nos trae un mensaje oculto, mucho más enriquecedor y profundo que lo que ofrece el consumo, nos habla de un niño y de unas estrellas.
Ser niño es tener confianza, ilusión, saber soñar, es estar en el presente, disfrutar de las cosas pequeñas, no preocuparnos demasiado y tener alegría.
Vivir como niños es dedicar tiempo a disfrutar de nuestra familia, de nuestros hijos, jugar al Parchís, al Monopoli, montar en bici, pasear, dejar fluir nuestros sentimientos, abrir bien los ojos para ver más allá de las cosas.
¿Y las estrellas?…Las estrellas nos hablan de que no debemos tener límites, nuestro techo está lleno de luz y esperanza, en nuestra noche pueden más los luceros.
Levantemos bien alta nuestra cabeza para disfrutar con los niños y, como ellos, de nuestra entrañable Navidad.
(Adelaida Castellano)
Yo pienso que en realidad y en nuestro siglo, la Navidad tiene un poco da cada propuesta: un significado religioso, una hemorragia consumista injustificada, unas buenas vacaciones, un momento único para encontrarse con los más queridos, una excusa para emborracharnos sin que nos miren mal del todo, un cofre temporal lleno de nostalgia. Un poco de cada una de ellas.
Es una época en la que casi siempre reflexionamos, buscamos en nuestro interior, nos acordamos de seres queridos que ya no están y sobre todo es una época muy propicia para hacer prácticas de lo que más necesita el mundo, del AMOR con mayúscula, que es la llave para que todo ande mejor en este siglo XXI.